jueves, 9 de diciembre de 2010

Apanicados

Apanicados
Rosabetty, la gran poeta de Chiloé, me escribe intentando dar forma a su desazón, porque de un tiempo a esta parte, percibe que ya no pertenece, que es como si no fuera de aquí, como si el país fuera de otros, entiendo que a la poeta se le acumulan terremotos diversos, los de ahora y los de la memoria. Y yo recuerdo a la Matilde que rara vez hablaba, con una sabiduría que no conocía letra ni número: “Está apanicá, niña”, decía la mama vieja (hoy se llaman siúticamente, nanas). Estar “apanicado” me es mucho más asequible que esos diagnósticos fríos que no me cobijan, como estrés post traumático. Soy chilena, y apanicarse tenía un té caliente y un abrazo y la sublime sensación de pertenecer, de estar en casa.
Un mega terremoto es la grandielocuencia de la tierra recordándonos la precariedad en la que estamos todos y todas inmersos, pero el posterior “apanicamiento” del que tanto cuesta desprenderse, nos remite al ser chileno, esa constitución de identidad que se emociona con las banderas embarradas, con las caravanas solidarias, con artistas y voluntarios dejando su vida de lado por las vidas de los otros, en Pelluhue o en Curepto, dibujando con los niños, prestando oreja a aquellos que necesitan hablar, decirse, porque sólo así se espantan los miedos. Y ese abrazo de los privilegiados que tienen el tiempo o se lo hacen, para darse a otros, equivale al té caliente y al pan amasado que nos cobija en una hermandad que cada cierto tiempo, la tierra se encargará de recordarnos cuan necesario es recrearla.
Alguien dedica su tiempo a reinstalar la biblioteca en Juan Fernández, a juntar libros para Iloca, a buscar en el mapa los nombres de ese Chile que desconocíamos hasta que las noticias lo trajeron envuelto en barro y ausencia. Alguien se sumerge en las maderas para clavar y clavar el techo de otros que desconoce. Alguien busca frazadas , alimentos para el cuerpo y para el alma. Ofuscados, otros demandan no ser pasto de turismo del desastre. Algunos se organizan en las imprescindibles redes sociales superando la bastardía del individualismo. Algunos pierden su empleo y son abrazados en esa intemperie de lo último que les quedaba por perder. Alguien crea empleos para contrarrestar el dolor.
Poco a poco, descubrimos que somos muchos los apanicados, saludamos vecinos que no conocíamos, empezamos a barrer hojas o escombros, nos apanicamos juntos, en esa reconfortante sensación de ser muchos y pertenecer, pertenecer a un Chile que nos necesita en nuestra diferencia, en la maravilla del abrazo y la defensa de la dignidad.
Porque somos un pueblo que había olvidado y ahora necesita recuperar la memoria de la precariedad, de las palabras nuestras, de los cuentos de los abuelos; porque necesitamos el respeto tan reñido con la arrogancia que ostentábamos y que la misma tierra se encargó de recordarnos.
Apanicados en el abrazo del té caliente, por un Chile que se levante aprendiendo de las duras y desiguales lecciones que nos da a cada instante.

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