domingo, 29 de noviembre de 2009

cuando soy feliz...no escribo

A veces escribimos a partir de una línea que nos está atravesando la garganta y hay que expulsarla fuera porque nos ahoga, frases tontas o imágenes como “removía la nieve con un palo porque siempre soñaba con encontrar tesoros tras los deshielos…” u otras más solemnes como “A veces regresa en la forma de un mal presentimiento”.
Escribir es una pulsión que no se domina, una reflexión que a ratos nos explica qué nos ocurre por dentro, en una alteridad privada donde todo queda demasiado lejos.
Cuando tengo miedo, escribo; cuando me desgarro, escribo; cuando me enfurezco, escribo; cuando no entiendo, escribo y me explico el mundo. Cuando soy feliz, no escribo.
La lectura de otros, me escribe. Los diccionarios me parten y descomponen las palabras que eran familiares y adquieren de pronto nuevas relaciones de parentesco. Las palabras se transforman en sensaciones, en imágenes, evocaciones de olores o sonidos, es como si fueran la luz tenue de una linterna que guía en la oscuridad hacia la certeza final, o hacia el callejón donde las palabras y yo nos damos de cabezazos sin poder arribar a una salida.
Amor-odio-desgarro o sólo llegar a una historia, la simpleza de contarla, o su artificio, sin más pretensión que habitar en otros durante el tiempo que dure el antiguo “habíaunavez”, palabras, nada más.