jueves, 10 de junio de 2010

el prestigio de los besos

El prestigio de los besos
Los veranos son tiempos para recordar o para crear los recuerdos que viviremos más tarde. Hay algo en el sol abrasador, en el brillo deslumbrante, que nos vuelve hacia atrás, cuando los besos eran una promesa escrita en la ventana. Nos preparábamos todo el invierno de los trece años, practicando con el vidrio frío, los besos futuros que daríamos en verano. No era cosa de reprobar el curso, generalmente dado por una amiga más avezada o por la prima que simulaba saberlo todo ante nuestra inocencia torpe. El prestigio de ser de aquellas que habían besado, nos garantizaba un lugar en el grupo selecto de las que hablaban “cosas de grandes”, cosas importantes, como asuntos de maquillajes, chicos y cómo bailar, (ese era otro curso impartido entre amigas, que enseñaban cómo bailar sin ser apretada, aunque lo que más quisieras era ser apretada por el espinilludo de turno).
Los besos fueron prestigiosos, admirados en el cine y en la televisión que daba Cine en su Casa a la hora en que simulábamos hacer las tareas, siempre mirando por el rabillo del ojo la pantalla mientras dibujábamos bocas y besos en los cuadernos.
Hubo dictadores como Franco, que para desincentivar los “malos comportamientos”, mandaba a la censura a cortar innumerables escenas de películas en la parte del beso, lo que generaba la idea aterradora de que la simple proximidad embarazaba, puesto que después de la tijera, las protagonistas aparecían con niños recién nacidos y maridos en el brazo. Las abuelas españolas deben haberse sentido en los cielos con esta metodología del terror.
Las bocas estaban en canciones, en pinturas, en fuentes de agua desde cuyos labios manaba líquido frío. Parecían perseguir y acosar nuestro imaginario, que soñaba con ese primer beso. En mi caso, fue decepcionante. Aterrada, vi como el muchacho tembloroso, tan aterrado como yo, se inclinaba hacia mí. No cerré los ojos, para registrar en mi memoria cada instante. Iba bien el contacto de labios, hasta que una lengua gomosa se introdujo echándolo todo a perder, la náusea me invadió y corrí a casa. Cuando mis amigas ansiosas inquirieron “¿Escuchaste campanitas?”, impelida a mentir contesté: “Sí, campanitas”.
Después, tras largas prácticas, comprendí el por qué de su valor.
Ahora que el verano está en la ventana, y que tantos besos han dejado su piel sobre los recuerdos, me gustaría volver a sentir la intensidad de esos besos imaginados, que no se compararon a los de verdad.
Aunque los besos hayan perdido prestigio, los veranos nos despiertan la piel a ellos.